Pantalla autorreferencial: la televisión que se mira a sí misma

Los ciclos dedicados a revisar lo que sucede en otros programas se multiplican en todos los canales. Celebridades de utilería y otros fenómenos de un medio cada vez más narcisista.


  Durante la semana siguiente a las denuncias sobre lavado de dinero realizadas por Jorge Lanata en el programa Periodismo para todos, las desventuras de los personajes implicados en el caso ocuparon más de 20 horas de televisión por día. Sus imágenes, pero también las de sus novias, esposas, cuñadas y otros eslabones de una cadena interminable, saturaron las pantallas de todos los canales. La fábrica de celebridades exprés en que consiste a veces la televisión se puso en marcha rápidamente, como ya había sucedido en numerosas ocasiones, desde las chicas del caso Coppola, Samantha Farjat y Natalia De Negri, que llegaron presentarse, incluso, en el programa de Mariano Grondona, hasta los participantes de los sucesivos reality shows, jugadores y jurados de Bailando y Patinando por un sueño e innumerables personajes inclasificables –muchos de ellos salidos del programa de Anabella Ascar en Crónica TV– como Zulma Lobato, el mago sin dientes Pablo Cabaleiro, Jacobo Winograd, Fernandito Amigacho, el fallecido Mich Amed o Guido Suller y su presunto hijo Tomasito. Todos ellos, frutos de un proceso de selección que no siempre es transparente, y en el que pueden intervenir, además de la propia lógica del medio y sus criterios orientados a maximizar el rating y minimizar los costos, factores extratelevisivos, como los avatares de determinadas causas judiciales y los intereses económicos y políticos de los grandes multimedios.
Este último aspecto fue determinante en el fenómeno generado por Periodismo para todos tras la cámara oculta a Leo Fariña, que hoy está siendo investigado por el fiscal federal Guillermo Marijuán, al igual que Lázaro Báez, Fabián Rossi y el contador Daniel Pérez Gadin, por el presunto delito de lavado de dinero. Desde el Grupo Clarín, que desplegó innumerables recursos para instalar las denuncias de lavado de dinero en el primer plano de la agenda pública, se acusó al Gobierno y a ciertos periodistas –Luis Ventura y Jorge Rial, entre otros– de impulsar la «farandulización» como una estrategia deliberada para desviar el interés de las audiencias hacia los aspectos más frívolos del caso. Otros medios, en tanto, argumentaron que lo de Lanata no era una investigación sino una simple operación política. Mientras ambos bandos se embarcaban en una disputa por imponer su propia interpretación de los hechos, la inercia de la televisión, sus reflejos condicionados para reaccionar ante cualquier estímulo, también hacían lo suyo, convirtiendo a Fariña y sus amigos en nuevas estrellas fugaces del firmamento televisivo. Tan es así que el joven del rodete imperturbable tendrá su propio imitador en el próximo ciclo del programa de Tinelli. «Esta televisión que tenemos hoy es mucho más débil que la de otras épocas, hay pocos programas con mucho rating y por eso cuando se produce un fenómeno de comunicación masiva que alcanza semejante penetración en la vida social –recordemos que el programa de Lanata tuvo 30 puntos de rating– es normal que el conjunto de los programas que no tienen esa capacidad de penetración empiecen a funcionar metadiscursivamente a comentar ese fenómeno», señala al respecto Mario Carlón (ver Un fenómeno…). No se trata, sin embargo, de un hecho nuevo. Hace años ya que los ciclos exitosos suelen arrastrar tras de sí a una larga serie de programas satélites que intentan recoger, como en una versión televisiva de la teoría del derrame, algo del rating que desborda el más favorecido por el gusto de las audiencias. «Desde hace tiempo –cuentan por su parte los periodistas Carlos Ulanovsky y Pablo Sirvén en el libro ¡Qué desastre la TV!–, los programas basados en material de archivo se apoyan en todo espacio que vaya arriba en los ratings. Eso sería razón suficiente como para que el resto de la tele le rinda pleitesía y lo promocione de la mañana a la noche». Como ejemplo, mencionan lo que ocurrió con Patinando por un sueño y Bailando por un sueño, los exitosos certámenes Showmatch, «que no solamente contaron con espacios propios preparados por la productora, sino que estuvieron en casi 40 “sucursales” de distintos canales. Eso les permitió disponer de una fabulosa e impensada cuota de pantalla. Tanta fue la presencia de los programas surgidos de la factoría de Tinelli que semejante embestida ofrecía a los televidentes la sensación de que se nos condenaba a ver eso y solamente eso». El de Tinelli fue, sin dudas, el caso más extremo de una tendencia que ya estaba presente en la televisión. Los participantes de reality shows como Expedición Robinson, Gran hermano y Operación Triunfo fueron «asiduos concurrentes a los programas de chimentos que expoliaban sus vidas íntimas», tal como relatan Ulanovsky y Sirvén. En años siguientes, los elegidos fueron «los personajes de la tira Los Roldán» y «lo que sucedía fuera y frente a cámaras en La noche del 10 que en 2005 condujeron Diego Maradona y Sergio Goicochea por canal 13». En 2007 cuando Gran hermano por Telefé y Bailando y Patinando por un sueño acapararon las mayores audiencias, ocurrió que varios concursantes eliminados de Gran hermano se reciclaron ingresando a las galas de baile y de patín». Devórame otra vez La televisión, como un organismo autótrofo, que produce su propio alimento o, quizá, como una gran colonia de parásitos en la que unos seres se alimentan de otros, habla cada vez más de sí misma. Un juego de cajas chinas, de pantallas dentro de pantallas, de programas hechos de retazos de otros programas, ocupa gran parte de la grilla: desde el amanecer, con el programa de Mauro Viale que América transmite en dúplex con su señal de cable, hasta bien entrada la noche, con el final de Duro de domar, un clásico siempre dispuesto a reciclar el material producido por otros programas. Son varios los ciclos que viven de la práctica que Ulanovsky define como la «explotación de archivos ajenos». Entre ellos, clásicos programas de chimentos, como Intrusos, Infama, Intratables e Implacables, que mezclan la presencia de personajes en vivo con el material grabado de otros ciclos, los programas de archivo, como TVr, los de espectáculos, como Secretos verdaderos, late shows como Animales sueltos, y ciclos que se dedican al análisis de medios, como 6, 7, 8. Incluso programas de actualidad, como los de Chiche Gelblung y Mauro Viale, magazines como AM, Desayuno americano y Dale la tarde y algunos noticieros –sobre todo los de América y Canal 9– utilizan habitualmente este recurso. «Es una época de gran anemia creativa, en la que todos se unen para vampirizar a un único programa –señala Ulanovsky, consultado por Acción–. Y en esa actitud tienen la recompensa más buscada, el rating. El resultado es una tele carente de todo interés: verla es un padecimiento». Paradójicamente, la creatividad que hoy parece escasear en la pantalla fue uno de los factores que engendraron, allá por la década del 80, esta forma, entonces novedosa, de trabajar con los archivos audiovisuales. Creatividad, curiosidad y paciencia, además de un archivo que él mismo fue construyendo a lo largo de los años, fue lo que necesitó el psicólogo Miguel Rodríguez Arias para llevar adelante el proyecto de investigar el revés del discurso político a través de los actos fallidos de funcionarios y candidatos. La idea, según cuenta el propio Rodríguez Arias, surgió durante la campaña presidencial del PJ para las elecciones de 1983. Era, claro, otra televisión y otro mundo, y el inconsciente le jugó una mala pasada al candidato justicialista a vicepresidente, «La alternativa de la hora es liberación o dependencia y el Justicialismo va a optar por la dependencia», dijo el escribano Deolindo Felipe Bittel en en el estadio de Vélez Sarsfield, ante 60.000 personas. La recopilación de actos fallidos como este, que el realizador presentó en 1990 en el documental Las patas de la mentira –que luego, con Lalo Mir como conductor, se transformaría en programa–, asombraron al público y a la crítica. En el comienzo fue revelador. El mundo no era tan transparente como parecía, y la sociedad lo descubría, entre divertida y deslumbrada. Enseguida la televisión tomó nota del hallazgo y adaptó el procedimiento a otros fines. Surgieron así propuestas como Perdona nuestros pecados, con la conducción de Federica Pais y Raúl Portal, con un espíritu similar al de Las patas de la mentira pero más orientado a los furcios y a las torpezas, al lado grotesco de la televisión. PPT. Elaskar en el programa de Lanata. Un paseo por América, Fariña y Rial. Secretos verdaderos, más reciclaje. Jacobo Winograd en Animales sueltos. La década del 90 fue escenario del surgimiento de «un género muy poco desarrollado en el resto del mundo», que consiste, como describen Ulanovsky y Sirvén, en «exhibir como logro o como simpático recurso los errores de los que aparecen en la pantalla. Sus desbordes, los ataques de risa, las fallas de la memoria, las metidas de pata, los papelones verbales y gestuales, los furcios conscientes e inconscientes y cualquier otra clase de accidentes mediáticos fueron transformados en jugoso contenido». En programas como De lo nuestro, lo peor y Nosotros también nos equivocamos, Canal 13 y Telefé presentaron sus respectivas compilaciones de graciosos errores propios, en un alarde de capacidad autocrítica. El costado económico del fenómeno es una de las claves para explicar su amplia difusión y su permanencia. «Productores y realizadores descubrieron una televisión de costos reducidos, que no paga derecho alguno por reproducir y multiplicar aquellos momentos que los espectadores miramos sin ver o escuchamos sin oír y que ahora volvemos a tener disponibles, pero como si nunca hubieran existido antes», relatan los autores de ¡Qué desastre la TV!, quienes aluden además a un aspecto poco conocido: el trabajo paciente y no siempre bien remunerado de un ejército de jóvenes –muchos de ellos pasantes– que se ocupan de visualizar interminables horas de grabación. A Perdona nuestros pecados le siguió, en 1999, Televisión registrada (TVR), uno de los programas del productor Diego Gvirtz, que debió afrontar una causa judicial por plagio iniciada por Raúl Portal. Conducido primero por Claudio Morgado y Fabián Gianola,el «primer y único noticiero de la televisión argentina», que ya va por su 15° temporada, logró explotar la utilización del archivo con inteligencia, agregándole además una serie de toques personales que ya son clásicos de la televisión: los diálogos de Tino y Gargamuza, la canción de los parecidos y el crítico invitado, que eleva a un grado aún mayor la autorreferencialidad, al incluir en un programa que habla de la televisión, un invitado que habla del programa. Gvirtz es responsable también de otros dos ciclos igualmente emblemáticos: Duro de domar –nacido Indomables, conducido en sus inicios por Lucho Avilés, luego por Roberto Pettinato y actualmente por Daniel Tognetti– y 6, 7, 8, surgido en marzo de 2008 con un título ambiguo y modestas expectativas, que luego serían desbordadas por el fervor de las adhesiones y condenas que despertó su ejercicio de la crítica de los medios desde una perspectiva marcadamente oficialista. 6, 7, 8 dijo lo que muy pocos programas hasta entonces habían dicho: que el material que ofrece la prensa a sus lectores y televidentes es una construcción, y que no hay ingenuidad, sino fuertes razones económicas y políticas, en la elección de los contenidos, en la forma de presentar la información, de titular o comentar una noticia. Sin embargo, la mirada del programa, de sus panelistas e invitados, suele perder pespicacia cuando no se trata ya de analizar a la prensa opositora sino a los medios afines al Gobierno. PNP. Portal y Pais, pioneros del género. Lalo Mir en las patas de la mentira. Todo tiempo pasado En sus primeros tiempos, los programas autorreferenciales lograron, por un lado, estimular el trabajo de la memoria, al rescatar de los archivos mucho material que de otro modo habría sido condenado a la desaparición y al olvido. Hoy, el ritmo de video clip con que van cambiando los temas del momento parece provocar, por saturación, el efecto contrario. La sucesión es rápida y arbitraria como en un juego de asociación libre. Las declaraciones de Fariña convocan a su esposa Karina Olga Jelinek que a su vez recuerda a Carlos Molinari, el empresario que pagó su boda, de quien dice ser amante la vedette Marixa Balli, que a su vez era novia del fallecido cantante Rodrigo Bueno y que, además, tiene un puesto de ropa en la feria La Salada. «Es ropa buena y barata», aclara Balli, antes del corte, frente al panel de Intrusos. ¿Qué relación hay entre el primer y el último eslabón de la cadena? Ninguna, pero no importa, porque en la pantalla ya no están Leo Fariña y su rodete sino la melliza griega Vicky Xipolitakis y su polémica lipoaspiración abdominal. Desde otra perspectiva, los programas autorreferenciales, con su minuciosa búsqueda del acto fallido, de la mentira y la falacia, contribuyeron a poner en cuestión la aparente transparencia del discurso de los medios. Y si bien es cierto que la televisión sigue hablando de sí misma con el gesto narcicista de quien sólo puede ver los errores ajenos, hoy el público la mira de otro modo, como si supiera, al fin y al cabo, que eso que se muestra en la pantalla no es la realidad, sino algo apenas parecido.. Acción 1122, 2a. quincena, mayo de 2013

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