Giménez, los medios y los miedos

«Termínenla con los derechos humanos y esas estupideces», dijo la conductora en presunto estado de shock. «El que mata tiene que morir», agregó. Giménez –llamarla Susana es, de algún modo, quitarle responsabilidad, poder, que lo tiene, e intención política, de la que también, aunque sin demasiada conciencia ni inteligencia, dispone– habló, los micrófonos registraron sus palabras, los movileros asintieron y azuzaron aún más el desborde de la ex actriz y se disparó la reacción en cadena de la solidaridad linchadora. Palabras como pena de muerte, justicia, mano dura, volvieron a escucharse en las pantallas y en las calles. Igual que en otros tiempos y en otras campañas electorales pero, esta vez, pronunciadas por voces profesionales, amplificadas y multiplicadas por la magia de la televisión, investidas de un nuevo poder: el de la fama y el dinero juntos. Amigos, colegas, colaboradores, gente linda y, sobre todo –se recalcó–, «honesta», del ambiente –se dijo– «artístico». Gente, como se encargaron de aclarar varias de las figuras participantes, «que paga todos sus impuestos» (no es el caso, obviamente, de Giménez y su Mercedes Benz), como si la ciudadanía fuera un ticket que se adquiere en las boleterías de la AFIP.

Las apologías del linchamiento estatal y privado se escucharon, sobre todo, en un canal –América– y en un horario –de 15 a 17:30– hasta entonces ocupado por otro género de asuntos: los mensajes de texto amenazantes que una ex pareja le mandaba a Silvio Soldán, las peleas de las bailarinas lesbianas Julieta e Ivana, el supuesto acoso del Facha Martel a Nazarena Vélez. Pero, tras la difusión de la noticia de la muerte de Gustavo Lanzavecchia, florista y amigo de Giménez, y la improvisada conferencia de prensa brindada por la conductora a quien todos llaman diva, fue sobre todo en el programa Intrusos, conducido por Jorge Rial, donde se dieron a conocer los testimonios de los famosos en pie de guerra.
Allí, en Intrusos, Marcelo Tinelli dijo: «A mí me parece bárbaro el tema de los derechos humanos, soy un luchador de los derechos humanos, pero derecho humano también es la vida de una persona, y el derecho a vivir hoy no está siendo respetado, porque salís a la calle y te asesinan». El programa también convocó, para hablar sobre la inseguridad, a expertos como la actriz Romina Gaetani –«sí, obviamente que quiero que haya mano dura»–, Moria Casán –«el pueblo elige a la gente equivocada»–, Samuel Gelblung –«el 90% de la gente está a favor de la pena de muerte»–. Fue también ese programa el que aseguró, apoyado en inciertas estadísticas, que «la gente apoya a Susana». Una encuesta telefónica de la que no se dieron mayores datos técnicos habría revelado que «el 98% está a favor de la pena de muerte y el 2% en contra», lo que seguramente habla más de qué clase de televidentes tiene el programa –y, entre ellos, del subgrupo que llama voluntariamente para responder a una encuesta– que de la opinión de la «gente», esa hipótesis tramposa a la que suelen recurrir los medios para evitarse la molestia de pensar.
A la larga lista de aspirantes a expertos en seguridad se sumaron personalidades como el hermano de Giménez, Patricio –«repartamos paco hasta que se les queme la cabeza así no salen a robar y matar»–, Mike Amigorena –matarlos no, pero sí ir mutilándolos de a poco–, Cacho Castaña–«hay que sacar el ejército a la calle»–, el más político Nito Artaza –«resulta inadmisible que la Presidenta no haya mencionado la inseguridad en su discurso del Congreso»–, el ex galán Facha Martel, la ex esposa del ex futbolista Diego Simeone, el actor Guillermo Francella, el conductor Marley, y siguen las firmas.
Aunque pueda parecer lo contrario, la mayoría de las declaraciones no fueron espontáneas. Si hubo efecto dominó, fue porque también hubo quienes, previamente, dispusieron las piezas. Sobre todo, el mismo Rial, empleado estrella del diputado Francisco de Narváez –uno de los dueños del canal–, quien viene haciendo campaña con cierto «mapa de la inseguridad» hecho por la «gente». «Lo adoro, es el que me paga», dijo Rial sobre De Narváez, para que no quedaran dudas.
Los medios pusieron en marcha un filtro eficaz para la selección de las figuras que merecían aparecer en el debate y, cuando fue necesario, aleccionaron a los débiles y presionaron a los indecisos. De esta estrategia fue objeto el músico Luis Alberto Spinetta, quien, en diálogo con el periodista Ernesto Tenembaum en Radio Mitre, intentó explicar que el tema de la pena de muerte era sumamente complejo y que era muy difícil pronunciarse a favor o en contra. «¿Cómo puede ser que mandemos a la silla eléctrica o a una dosis letal a un individuo que mata a una pareja para robarle un auto y no estén muertos los tipos que mataron a 30.000?», se preguntó Spinetta. Tenembaum, que ignoró las referencias de su entrevistado a los crímenes de la dictadura, insistió hasta lograr por parte del músico algo parecido a una definición: «La pena de muerte no es el camino para resolverlo, pero te sube la tanada y vos querés justicia por mano propia. No estoy a favor de la pena de muerte, pero a alguna gente habría que pegarle un tiro en la cabeza», dijo finalmente Spinetta. Y se ganó un lugar preferencial –el del outsider– en la lista de verdugos discursivos.

Por error u omisión
Que a los medios, en su gran mayoría, les importa poco y nada la seriedad de las discusiones que ponen en escena no es ninguna novedad. Las «mesas», escenario por excelencia de los simulacros de debates, suelen ser, en el mejor de los casos, un espacio para el intercambio de eslóganes cuyo resultado es que cada uno –los presentes y los millones de ausentes que los miran por TV– termina confirmando lo que previamente sabía: que el mundo marcha irremediablemente hacia el mal, que salís a la calle y te asesinan y que
–sobre todo– los malos son los otros.
En otros tiempos, los programas políticos de opinión tenían al menos la delicadeza o el pudor de invitar a algún experto que aportara al debate sus saberes. Es cierto que los tiempos de la televisión eran ya entonces reticentes al pensamiento y, sobre todo, a formas de pensamiento que se propusieran desmontar los supuestos –siempre reaccionarios– que alimentan el sentido común y resguardan el orden de las cosas. Pero, al menos, allí, en esas mesas con helechos, se discutía. Había personas –investigadores, sociólogos, criminólogos, especialistas– que con sus saberes extratelevisivos y hasta antitelelevisvos, se destacaban, por su carácter de excepción, en la uniformidad de las pantallas. Hoy ya no es la academia ni el prestigio intelectual ni la experiencia los que habilitan a hablar sobre algo. Es la propia televisión la que convierte a sus estrellitas en voces autorizadas. Y es la propia televisión, además, la que las obliga a ajustarse a sus libretos predeterminados. Lo sabe la «modelo y estudiante de derecho» Alejandra Maglietti, invitada por la producción de Chiche en vivo, junto con otros famosos, a un debate sobre la inseguridad. Cuando la chica se animó a arriesgar que la pena de muerte como estrategia para combatir el delito había fracasado en el mundo entero, recibió por parte del conductor una respuesta tajante: «Esa es una discusión que no me gustaría tener ahora».
Que los países donde rige la pena de muerte tengan problemas de violencia iguales o más graves que los demás importa poco en los medios. Tampoco importa que el de Gustavo Lanzavechia no haya sido «un caso más de inseguridad» sino el triste final de una fiesta sexual de la que participaron la víctima y su asesino. Ni que el principal acusado, como informó en el diario Miradas al Sur el periodista Ricardo Ragendorfer, no fuera un ladrón que «entró por una puerta y salió por otra» sino un ex empleado de una agencia de seguridad privada. No importa que las víctimas de accidentes de tránsito (3.762 en 2007) casi dupliquen a las de homicidios dolosos (2.071 en el mismo año) y menos aún importan las 207 mujeres asesinadas durante 2008 por violencia sexista ni las más de 2.500 víctimas que se ha cobrado, desde el fin de la dictadura, la brutalidad policial. Es irrelevante que la cantidad de homicidios, según datos del Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos, venga descendiendo sin pausa desde 2002. La tasa de la Argentina es de 5,1 homicidios por cada 100.000 habitantes, mientras el promedio de América latina es 25, el de América Central, 43,4 y el tasa de Brasil, 31.
Es indudable, sin embargo, que la violencia está presente en la vida cotidiana de las grandes ciudades, y que asume formas nuevas e inesperadas. Frente a esta situación, y a la percepción de que el Estado no es capaz de garantizar la seguridad, los medios «contribuyen a generar un “imaginario del miedo” que viene a dar sentido a las experiencias de indefensión y vulnerabilidad extrema de la sociedad», como señala la antropóloga mexicana Rossana Reguillo. «Un aspecto fundamental de este imaginario es la construcción de la alteridad, la que fija en ciertos sujetos sociales (los otros) la fuente de los miedos y las inquietudes».
Los accidentes de tránsito, con sus cifras impersonales y la frecuente similitud –social, cultural, económica– entre víctimas y victimarios no les sirven a los medios. Ni les sirven los gatillos fáciles y sus víctimas pobres, jóvenes, marginales, tan poco indicadas para despertar la compasión de las audiencias. Que quede claro quiénes y cómo son los buenos y quiénes y cómo son los malos es el primer requisito para que el negocio funcione.
Y el negocio no es sólo económico. En todo el mundo, el miedo se está convirtiendo en un potente argumento político. El filósofo francés Alain Badiou, al analizar el modo en que operó este factor en el triunfo de Nicolas Sarkozy, destacó «el miedo que sienten los privilegiados, alarmados por la posibilidad de que su posición pueda verse asediada. En Francia esto se traduce en el miedo a los extranjeros, a los jóvenes de los suburbios, a los musulmanes y a los negros africanos». El problema –uno de los problemas– es que el miedo suele ser conservador y «crea un anhelo de un amo protector, aunque tenga que ser uno que te oprime y te empobrece más aún. La encarnación actual de esa figura es, por supuesto, el frenético jefe de policía: Sarkozy».
En estas sociedades atemorizadas, una cuestión crucial es determinar, como dice Reguillo, «quién administra –interesadamente– los miedos», pero además quiénes «gestionan los espacios de “esperanza” y cuáles alternativas de sociedad se dibujan en el paisaje ruidoso y confuso del presente». Porque el miedo está, pero también están sus administradores y guardianes. Que son quienes, con el miedo, pretenden ganar poder, dinero y elecciones.

Recuadro
«Un tarado»
El diputado del bloque Solidaridad e Igualdad (SI) Emilio García Méndez presentó un proyecto de rechazo a las declaraciones realizadas por la conductora Susana Giménez, porque constituyen «una clara vulneración a pilares y garantías elementales de nuestro orden constitucional». El proyecto señala que las figuras públicas «a la hora de emitir opiniones, deben asumir su función social de manera seria y responsable y por ello sus dichos deben tratar de fortalecer pilares democráticos más que transformarse en portavoz de ideas que dejan traslucir una clara degradación de garantías constitucionales». El diputado señala, además, que la pena de muerte es contraria a la Constitución y a la Convención Americana de Derechos Humanos. Desde el partido mediático, le respondió su secretario general, Jorge Rial, quien se refirió al diputado como «un tarado». «Les pido por favor que me den el nombre del legislador que se rasca los huevos todo el año, para que sepamos a los boludos que votamos –le dijo, en cámara, el conductor de Intrusos a sus productores– porque lo que él quiere es pegarse a Susana, quiere prensa. No lo hace porque le importa, lo hace para que nosotros estemos hablando de él. Si lo votaron a este nabo, ya, por favor, anótenlo para bajarlo de un hondazo».


Acción 1.023. Primera quincena de abril de 2009

Comentarios

  1. Muy bueno y, sobre todo, Muchas gracias! Héctor Ranea

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  2. De nada, Héctor (aunque no se muy bien por qué).

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  3. Marina muy buena la crítica .!!!!!!!Lo bueno es que somos muchos los que pensamos diferente. No nos dejamos llevar por comentarios que vienen bajando linea para meternos dentro de ese habitáculo que es el miedo.

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  4. En mi sociedad la única que mete miedo es la SU Gimenez... Dice que hay que matar porque ella sabe que se encuentra en una posición inmejorable... Habla como si fuera la adalid de la ética, cuando ni siquiera supo esconder bien un auto para discapacitados que compró con franquicia del Estado, lo cual constituye una burla para ella, para los discapacitados y para su exposición mediática.
    La respetaría si ella promoviera alguna medida misericordiosa, destinada a los que nada tienen, o al menos, una propuesta de seguridad...
    Las minas como ésta, hablan porque tienen boca, pero nada substancial surge de sus palabras!
    Te saludo!
    Buen blog!!!

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  5. Excelente artículo, muchas de las "declaraciones de los expertos" no las conocía (aunque puedo imaginarlas perfectamente) y puestas así, en conjunto, dan un panorama clarísimo.
    Un detalle: fijate que en "Un tarado" está repetido el texto.
    Saludos!

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  6. Gracias por tu comentario y por la corrección, Sergio. Ya está arreglado.

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