Un hombre feliz

¿De dónde sacó el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, que hay que ser feliz para gobernar? ¿Qué libro de autoayuda, qué asesor de campaña lo inspira cuando afirma: «Estoy en política para que la gente sea feliz, y si yo no estoy feliz no puedo ayudar a la gente»? Lo dijo recientemente, al confirmar el embarazo de su esposa Juliana Awada y en muchas otras oportunidades similares.

En la puerilidad publicitaria del discurso de Macri, en su filosofía del felicisimo, puede advertirse la influencia de Alejandro Rozitchner, filósofo, asesor y gurú espiritual del PRO, especialista en frases hechas para provocar a la izquierda, que él desprecia y denuesta. «Algún día se van a dar cuenta de que Mauricio Macri es el prócer de esta época», «Hoy el fascismo es la izquierda», «Las personas no somos todas iguales ni valemos todas lo mismo; hay personas que valen más que otras, hay personas más capaces que otras», son algunas de sus invenciones. Pero además de esta faceta provocadora, el filósofo cultiva otra, que hace de la felicidad, el éxito individual, la vitalidad, la inventiva, el optimismo, valores supremos de toda práctica personal o política.
Sin embargo, ahora, y mal que le pese al jefe de Gobierno, nadie ha probado que exista alguna asociación entre la capacidad para gobernar y la felicidad personal. En cambio, numerosos ejemplos históricos demuestran que es posible ser inmensamente desdichado en la vida privada y, no obstante, gobernar bien, o hacer grandes cosas por la humanidad.

Acción 1.071, primera quincena de abril de 2011.
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