Avatares del guardapolvo

Empiezan las clases y, como todos los años, las revistas dominicales de los diarios lo celebran con notas especiales, en general con poco contenido y mucha invitación al consumo. La «Vuelta al cole» es tema obligado de las páginas de moda, que presentan «equipos de tiempo completo para disfrutar de la clase y el recreo». Estas producciones ya son un clásico: niños más rubios y sonrientes que el promedio de los escolares argentinos, madres más delgadas y deslumbrantes, adelantan lo que va a usarse en las aulas. Pero lo extraño, lo que hace ruido en esas fotos, no son sólo las casas con jardines ni las sonrisas extra large de niños y adultos. Hay algo más: mientras el 66% de los alumnos de escuelas primarias concurre a establecimientos públicos, en las páginas con las que tres de los diarios de mayor venta en la Argentina saludan el inicio de las clases no hay ni un solo guardapolvo blanco.Hay, eso sí, pantalones grises, polleras tableadas, blazers, corbatas, jumpers y otros emblemas de escuelas privadas que, paulatinamente, se han ido imponiendo como sinónimo de educación.

Los símbolos cambian. Y esos cambios se manifiestan en todas partes. Las «blancas palomitas» que poblaban las aulas de la maestra Jacinta Pichimahuida en sus sucesivas versiones de 1966, 1974 y 1983, han mutado en las polleras escocesas y los escudos bordados de la Pretty Land School of Arts de Patito feo, el último gran éxito televisivo dirigido al público infantil, como antes habían sido los uniformes de la serie Rebelde way y su escuela, llamada Elite Way School.

Vestidos como de nieve
El guardapolvo blanco, símbolo por excelencia de la escuela pública, se fue impregnando, desde comienzos del siglo XX, de innumerables valores positivos. Representó la democratización del acceso al conocimiento, la igualdad, el compromiso con lo público. Sin embargo, su valoración social sufrió un fuerte retroceso en las últimas décadas. «Los niños de hoy, cuando ven un guardapolvo blanco, ven un uniforme de pobre, esta es la realidad», decía en su libro Violencia social-violencia escolar la psicoanalista Silvia Bleichmar. Para ella, el guardapolvo había «dejado de ser un símbolo de pertenencia para ser un símbolo de exclusión en la Argentina. Y eso es gravísimo, porque atenta contra la identidad de los niños que lo portan y hacia su perspectiva de futuro».
Al guardapolvo le pasó lo mismo que a la escuela pública, cuyo deterioro, material y simbólico, tuvo su punto culminante en la década del 90, con la reforma impulsada por el menemismo y su ley Federal de Educación. Mientras avanzaba un proceso privatizador, que pretendía dejar en manos del mercado la educación de los argentinos, se iba desdibujando el lugar de algunos símbolos que habían formado parte de la identidad colectiva. El guardapolvo blanco es uno de ellos: no sólo como emblema social, sino también como hito de la memoria personal, objeto que condensa historias, momentos, biografías. ¿Cuántas madres y cuántos padres han llorado al ver a sus hijos vestidos de blanco el primer día de primer grado? Es cierto que también se puede llorar ante un blazer y una pollera tableada, pero así como el guardapolvo tiene una fuerte connotación integradora, en el uniforme hay un matiz de distinción: funciona, sobre todo, diferenciando al que lo porta de los otros.
Hay procesos culturales, invisibles, anónimos, que, como en una foto desteñida por el tiempo, van borrando los guardapolvos blancos de las revistas y las series de televisión. Climas de época, estados del humor social, sentidos comunes. Pero también hay políticas, con nombre y apellido, que favorecen cierto estado de cosas. La reforma educativa de los 90 fue una de ellas. Pero hace apenas unas semanas, un funcionario macrista demostró que ese espíritu privatizador sigue vivo en la ciudad de Buenos Aires. «¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata le pagamos a los chicos una escuela privada?», preguntó Carlos Pirovano, subsecretario de Inversiones de la ciudad. Hubo una catarata de reacciones, legisladores que pidieron su renuncia y que, justificadamente, se indignaron. Pero también podría celebrarse que la falta de filtros de algunos personajes permita expresar, en toda su crudeza, ese impulso antipúblico que viene haciendo su trabajo desde hace décadas en la sociedad argentina. Un impulso del que la administración de Mauricio Macri ha dado sobradas muestras, aumentando, por ejemplo, los subsidios a la educación privada y subejecutando las partidas dedicadas a la educación pública.
El guardapolvo blanco, asegura la especialista Inés Dussel, nació como un modo de regular los cuerpos en la escuela y con claro contenido de género. «Había que sospechar del lujo y la ostentación en las mujeres porque el amor a los vestidos caros podía llevar a oficios non sanctos», señala. Más tarde se convirtió en símbolo de integración y de equidad. Fue o estuvo a punto de ser uniforme de pobre y signo de distinción social negativa. Habrá que ver si las luchas de quienes aún apuestan por la escuela pública y, sobre todo, la experiencia cotidiana de tantos estudiantes, padres y docentes, logran inaugurar un nuevo capítulo de una historia que, más que la de una prenda, es la historia de gran parte de los argentinos

Acción Nº 1.071, primera quincena de abril de 2011.

Comentarios

  1. Vamos haber si con tanto sicoanalista no hay nadie con sentido común que haya tenido la simple idea de eliminar los uniformes -o guardapolvos- y que los niños vayan a la escuela vestidos como van por la calle. Como en España desde hace más de 40 años, que sólo van con uniforme en los colegios del Opus Dei.

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  2. No sé, pero seguramente sí habrá algún sociólogo que te diga que la ropa con la que los niños (y los adultos) van vestidos por la calle es también, a su manera, un uniforme. Sobre todo, un uniforme de clase. Saludos.

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  3. Pues yo también escribiría "vamos haber". No veo razón lógica para preferir "vamos a ver": la expresión es lo que se llama en gramática una perífrasis incoativa en la que el primer verbo "vamos" pierde su sentido original de "ir" porque no hay movimiento. Y además, también el segundo verbo pierde su sentido; ¿o es que si fuera "vamos a ver" se vería con los ojos algo como lo que dice S.M., que se refiere a una idea? Y las ideas no se ven. Porque de momento y que se sepa, las ideas no las pueden ver ni siquiera los sicoanalistas argentinos.

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  4. Y yo no sé qué es una perífrasis incoactiva, pero me gusta el vamos haber de S.M. Gracias Pilar por tu comentario. Me di una vuelta por tu blog y me intrigó eso de los bichos que andan matando gente en tu pueblo. ¿Cómo es que El País no dice nada? Saludos.

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