Andrés Cascioli y el fin de la inteligencia

El primer número de Humor salió a la luz en tiempos de euforia y terror: junio de 1978, plena dictadura, comienzos del Mundial 78. La Junta Militar calificó a la revista como de «exhibición limitada» y su director, Andrés Cascioli, tuvo que comparecer ante la comisión de moralidad. Desde entonces, Humor fue, la mismo tiempo, objeto de persecuciones y amenazas y protagonista de un fenómeno de popularidad inesperado. A su redacción llegaban de todo el país más de cuarenta cartas por día, y el gran apoyo de los lectores fue, sin duda, un dato clave para entender cómo sobrevivió, con una postura cada vez más crítica hacia la dictadura, durante aquellos años. Las tapas de Humor, firmadas por Cascioli, soprenden por su audacia. Videla, Massera y Agosti reciben un tortazo. En plena guerra de Malvinas, el canciller argentino, Nicanor Costa Méndez, descubre en la cama al representante norteamericano (Alexander Haig) con Margaret Thatcher. Videla se hunde en el mar con una banda presidencial que dice «Industria Nacional». En un transatlántico llamado El proceso, naufragan Viola, Videla y Martínez de Hoz, mientras se aleja en un bote salvavidas Massera con Mirtha Legrand. Editoriales, pequeñas joyas artísticas, documentos históricos creados por el hombre que, además de Humor, fundó, junto con Oskar Blotta, la revista Satiricón, y hoy, escéptico, asegura que «se terminó el humor político en nuestro país».

-¿Qué cambió en las formas de hacer reír desde la época de Humor a la actualidad?
-A mí me parece que el humor venía muy pegado a la inteligencia, uno apostaba a que el lector iba a entender lo que estábamos sugiriendo. Ahora, en cambio, se lo explican todo, se ríen ellos antes que la gente, hablan todos juntos. Pero yo diría que la gran diferencia son los códigos. En la época de Humor o Satiricón, hacíamos humor riéndonos de los poderosos, enfrentándonos al poder. Tinelli, en cambio, hace humor con los débiles, con los que no pueden cantar, se ríe de la gente que no tiene capacidades para defenderse. Entonces, es el peso pesado que le pega al peso mosca. Me parece que es fácil, es tonto y es tan ridículo que la gente se ríe. Creo que con Tinelli se acabó la inteligencia. Además, no hay lugares donde hacer humor. Antes, habiendo revistas de humor, uno tenía grandes espacios donde desarrollar ideas. Ahora tiene un cuadradito en un diario y muchas veces tiene que responder a las inquietudes del diario.
-No hay espacios, pero, ¿hay público?
-No, creo que tampoco hay público. A mí me han preguntado por qué no volví con Humor, y yo creo que no está más la gente para comunicarse con eso, para entenderlo. Eso se acabó en los años 90, y eso tiene que ver con Menem y Menem tiene que ver con Tinelli, claro, y toda la banda de festejadores de esa porquería. Humor en la dictadura llegó a vender 330.000 ejemplares por semana. Caras en la época de Menem llegó a los 400.000. Quiero decir que la gente cambió. A la gente la convencieron de que estaba en el primer mundo.
-¿Te parece que es la misma gente que antes leía Humor y después leyó Caras?
-No toda, pero el 80%.
-¿Y se puede cambiar tanto?
-Y sí, la gente cambió mucho, desde el 89 la gente cambió mucho. Pero me parece que hay otro problema que tiene que ver con los editores, profesión que yo defiendo a muerte pese a que ahora renuncio a ser editor y estoy recuperando al dibujante. Creo que si no están los medios, no está la gente. Uno puede ser muy talentoso, pero si no tiene dónde publicar, la comunicación se agota..
-Si hubiera un editor audaz que se animara a hacerlo, ¿tendría hoy éxito una revista como Humor?
-Creo que no lo podría hacer, porque son revistas en las que el sponsor es la gente. No pueden tener publicidad.
-¿Te parece que antes la sociedad argentina tenía más capacidad para reírse de sí misma?
-Claro. Yo creo que ahora, por ejemplo, se podría hacer humor con la señora que sale en Barrio Norte a golpear al cacerola, pero esa señora seguramente no se bancaría ese humor. Además, estoy seguro de que algunos de los que salieron a golpear cacerolas fueron los que se quedaron con campos de las víctimas de la Esma, les hicieron firmar documentos, se quedaban con las tierras, y después salieron a golpear cacerolas.
-Decías que el público para hacer una revista como Humor hoy no está. ¿Sí están los humoristas, dibujantes y periodistas?
-Hay que volver a empezar, como antes. Debe haber gente que quizá está trabajando en otra cosa, pero que puede ser muy talentosa. Dolina, por ejemplo, no era un humorista ni nada por el estilo. Cuando empezó en Satiricón era un hombre que trabajaba en una radio y hacia publicidad. Se fue acostumbrando a ese estilo, después empezó con los cuentos y finalmente podía escribir cualquier cosa. Yo me acuerdo de que cuando empezamos con Satiricón, no había nada. Estaban los restos de Patoruzú y Tía Vicenta. Nosotros sabíamos qué revista queríamos hacer y fuimos a buscar a la gente. Grondona White nunca había publicado. Nosotros lo habíamos visto alguna vez en una revista que se llamaba Dibujantes porque había ganado un premio a los 14 años y dijimos, qué dibujante es este pibe, y lo fuimos a buscar. Trabajaba haciendo planos en Villa Constituición. Y así empezamos a rescatar gente y a armar la revista.
-¿Seguís en contacto con tus viejos lectores?
-Sí, hago muchas exposiciones con las tapas de Humor, he recorrido todo el país. Y ahí me reencuentro con toda la gente, la gente lo tiene muy presente. He estado con gente que se ha puesto a llorar porque ya no estaba la revista.
-Se extraña algo así...
-Si, se extraña, porque además ahora, en los medios, hay una concentración que hace que ya prácticamente no haya nada para leer. Acá ganaron los marketineros. Porque a ellos no les importa la gente. La gente es un gran mercado a la que hay que venderles cosas.
-El argumento sería que venden lo que quiere la gente.
-Sí, pero entre Bussi y Palito Ortega, ¿vos a quién preferís? No hay otras opciones. Los marketineros ganaron. Y mientras sigan ganando, es muy difícil que todo esto pueda cambiar.

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