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La vida breve

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En la Argentina mueren jóvenes: más jóvenes que los que deberían morir, más de lo que indica el sentido común y las leyes de la vida. Periódicamente, alguna tragedia en la que pierden la vida adolescentes conmueve a la sociedad, y esa sensación difusa de vivir en un país que no cuida a sus hijos se encarna en rostros y nombres concretos. El incendio de Cromañón o de la discoteca Kheyvis, accidentes de tránsito como el que terminó con la vida de nueve estudiantes de la escuela Ecos, entre muchos otros, son solo la punta del iceberg de una realidad dolorosa y no del todo conocida. En efecto, las tasas de mortalidad juvenil por suicidios, accidentes y homicidios (lo que en términos estadísticos se denomina "muertes violentas") vienen aumentando históricamente, en una tendencia iniciada en los años 90 que, con algunos altibajos, parece mantenerse.

Patología de mercado

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Psicofármacos y niños, niños y psicofármacos, no son palabras que suenen bien juntas, y la conjunción hace algo de ruido en oídos acostumbrados a considerar a la infancia como un territorio luminoso, de tiempos lentos, libertades y juegos. Pero cambios en la cultura, en la educación y en las formas de entender y ejercer la medicina, además de intereses económicos, entre otros innumerables factores, están revirtiendo esta situación. Niños y psicofármacos, en efecto, aparecen cada vez más asociados en ciertos discursos científicos, en las voces de algunos padres, en artículos periodísticos y, sobre todo, en las agendas de marketing de los grandes laboratorios farmacéuticos.

Solos y mal alimentados

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 En la Argentina y en otros países pobres o empobrecidos, hace tiempo que los ricos dejaron de detentar el monopolio de la gordura. Si durante siglos la obesidad fue signo de opulencia, hoy la situación tiende a invertirse. Ricos flacos y gordos pobres, es, además del título de un libro de la antropóloga Patricia Aguirre, una de las consecuencias más llamativas de los cambios que están experimentando las culturas alimentarias. No es que la sociedad sea más justa, y que el reparto equitativo de los kilos sea consecuencia de un reparto más equitativo de la riqueza. Por el contrario, mientras los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, los primeros pueden acceder a patrones de consumo saludables y, si no llegan a adaptarse a los imperativos que impone el ideal del cuerpo sano y delgado, siempre está la opción de procesar en el gimnasio o eliminar en el quirófano lo que sobra.

Los hijos del mercado

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A los 18 meses son capaces de reconocer logos comerciales y a los dos años pueden pedir productos por su marca. A los tres, algunos ya deciden qué ropa ponerse y otros patalean en la puerta de Mc Donald’s reclamando su derecho a la cajita feliz. Apenas son capaces de mantenerse sentados (es decir, alrededor de los seis meses), son colocados en el “puesto de observación culturalmente definido: el carrito del supermercado” –según las palabras de un renombrado especialista en marketing–, y cuando aprenden a caminar, empiezan a sacar por sus propios medios los productos durante el paseo por el supermercado. De hecho, las góndolas se fueron adaptando a la mirada de los chicos: si hace diez años la altura preferida era de un metro y medio metros, hoy ha descendido a los 90 centímetros.